Desde hace unos años, la música urbana lleva la voz cantante del panorama español actual. La Zowi, Yung Beef, Tomasa del Real, Lil Peep, Lil Xan, Natos y Waor o Sara Socas son solo algunos de los nombres que marcan tendencia entre los millennials. Hablamos del fenómeno generacional que ya es un estilo de vida.
A pesar de que cada artista tiene una forma de expresión muy propia que va desde el trap, el reggaeton o el rap hasta el neo perreo o el future trap, englobamos a todos inintencionadamente en un mismo y desdibujado género. Eso dificulta intuir cuales son los lazos que tienen en común, impidiendonos contextualizar o verbalizar cual es la estética que comparten. Porque ahí está el main point de la música urban: no comprenderla por sí sola, sino hacer el esfuerzo de entender el entorno social y la estética en la que está englobada. Porque amigos, todo lo que vemos y escuchamos se utiliza como lenguaje; la música urbana ha cambiado la manera de entender el arte y de expresarnos. En el caso de España, este género viene además con aires reivindicativos y feministas que exigen la capacidad de pensar por nosotros mismos.
A poco que hayas consumido esta variedad musical, te habrás percatado de la presencia casi protagonista de la iconografía religiosa católica en forma de imágenes de vírgenes y santos, escenas bíblicas, cementerios o ángeles. Estos elementos no aparecen cínicamente, sino que los artistas añaden otra capa de significación a estos componentes para agregar sentido a lo que transmiten, alejándose del valor clásico que tiene la tradición religiosa (y añadiendo un toque de ironía).
En el contenido subido a redes sociales por los creadores resulta casi omnipresente la aparición de la tecnología y la reutilización de espacios industriales (casi siempre abandonados) que son ocupados por artistas urbanos y utilizados como lugares de autoexpresión. De esta manera, la sociedad millenial pone en valor el entorno industrial y lo reclama como patrimonio.
Estos principios se representan en escenarios costumbristas que son compartidos por los cantantes a través de sus canales de comunicación en los que reflejan al más mínimo detalle su día a día: un selfie en el espejo del baño, un videoclip rodado en una lavandería 24 horas, o una foto fumando un cigarrillo en la cocina con los cacharros sucios son algunos de los elementos en los que se muestra la cotidianidad y banalidad de su vida.
La moda es posiblemente el factor más importante y reconocible de este mundillo en donde prima la esencia callejera, estética rave y el halo provocador. A través de la mezcla del sport y la glamourización, se reivindican los estilismos del extrarradio con abrigos de pelo, chaquetas de Nike vintage, sneakers o minivestidos. Las uñas XXL, la joyería dorada, el eyeliner más dramático, la purpurina, y el tinte capilar más chillón se combinan con prendas de Louis Vuitton, Vetements o Gucci. Aquí, la originalidad es la esencia y las combinaciones son infinitas. Y es que por primera vez, prendas que solo se habían visto en un contexto deportivo, se lucen en fiestas, discotecas e incluso pasarelas. Algunas marcas españolas que se han abierto paso entre la masa urbana de nuestra generación son Pepa Salazar, María Escoté, ManéMané, Palomo Spain o Maria ke Fisherman.
Un elemento más de la performance, es su actitud: los fans siguen su música y también el ambiente y escena que les rodea. Se muestran al público con un comportamiento altivo, incluso prepotente aunque a la vez, nos transmiten cercanía y los entendemos como a iguales a nosotros por el hecho de “ser del barrio”. Son individuos que de la nada, lo han conseguido todo y exhiben sin pudor alguno la figura del dinero con un valor añadido; y ese es el hacer referencia a la precariedad que rodea a los jóvenes españoles.
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